El paraguayo tenía una fama
internacional sin igual. Jovial, servicial, trabajador, honesto y por sobre
todo buena gente. Si miramos los noticieros, pareciera que todo eso ha
desaparecido. El apego a las normas de convivencia, el respeto a las leyes, las
buenas costumbres… todo eso se ha perdido paulatinamente.
Quizá internacionalmente sigan
teniéndonos como las personas que más trabajan, como los más honestos, pero en
el país ¿qué está pasando? Podríamos hurgar nuestra historia reciente y hasta
podríamos pecar de insensatos al expresar que –por lo visto- al paraguayo hay
que educarlo a palos y bajo regímenes dictatoriales y violentos para que pueda
volver a enderezar caminos.
Durante la dictadura del Ex
General de Ejercito Don Alfredo Stroessner, no se podía estar fuera de la casa
después del toque de queda a media noche, no recuerdo bien si el horario
empezaba ya antes, pero creo que era a la media noche, so pena de amanecer en
el calabozo de una comisaría, o simplemente… no amanecer.
No había oportunidad para
reuniones, tanto que las personas tenían que reunirse a escondidas en sitios
privados para no ser descubiertos por algún “pyrague” [soplón] de turno, que
comúnmente era el peluquero o la mercadera, quienes se encargaban de “hacer
llegar” las novedades al señor presidente a través de la red instalada y
distribuida por todo el país.
Al medio día, las radios y tevés
debían “encadenar” las noticias oficiales y, si era el caso, escuchar al Señor
Presidente de la República.
El seccionalero mandaba más que el
propio intendente municipal en su barrio y conseguía más rápidamente recursos
para ayudar a la gente que las autoridades de turno en cada ciudad del país.
Luego, como si fuera poco, había
torturas y “demás yerbas” para las personas que se atrevían a contradecir las
buenas costumbres, perturbar la paz pública y obstruir el progreso…
“Paz y Progreso” nos ha traído
este régimen por 35 años aproximadamente, hasta que el propio pariente político
del presidente ha “liberado” al país de este yugo instaurando la tan anhelada
democracia. De esto hace ya cerca de 23 años.
La liberación –o
libertinaje- se ha apoderado de todos
los habitantes del país. Quienes tras un largo periodo dictatorial como que han
encontrado el chivo expiatorio en la famosa “transición democrática” que
otorgaba a cada ciudadano muchos derechos y era más endeble en la exigencia del
cumplimiento de las obligaciones.
Hasta ahora, esto sigue “en
transición”. La democracia no ha sido más que una puerta para la anarquía, la
desobediencia y la desfachatez. Hoy por hoy, podemos ver las más inverosímiles
situaciones en las calles, sin respetar la dignidad de las personas, sin
cumplir las obligaciones, que tan importante son dentro de la democracia.
Llegamos al punto de no votar
porque “péva ja péicha guârântema” [esto ya no cambiará] pero nos vemos con el
derecho de despotricar contra las autoridades de turno, sin caer en la cuenta
que otros han decidido por nosotros el destino del país.
No respetamos al anciano, la
embarazada o al que tiene problemas físicos en los primeros asientos del
colectivo. Dejamos que nuestras mascotas adornen la ciudad con sus
deposiciones. Permitimos que los vehículos estacionen en las veredas. Pagamos
el importe de nuestro estacionamiento a personas violentas en vez de hacerlo a
la autoridad competente y responsable de tránsito. Dejamos que siga habiendo
coimas a diestra y siniestra en las fronteras, en las rutas internacionales, en
las calles, en la casa, en el trabajo… en todos lados.
Ya no nos avergonzamos cuando una
persona “sale” por los medios de comunicación con incontables antecedentes
policiales, judiciales y encima es “largado” por la autoridad de la “justicia”
que se encarga de velar por la seguridad ciudadana…
Dejamos que la capital se caiga a
pedazos y se destrocen los dominios públicos. Que los presupuestos para
educación, merienda escolar y útiles les sean arrebatados a los más necesitados
o proporcionándoles materiales e insumos de muy baja calidad.
No pagamos nuestros impuestos,
fraguamos facturas, ONG´s para darle el “vueltito” que se juntan luego de
arrebatarnos sin que deseemos nuestras monedas.
No tenemos educación de calidad
porque los profesores no se capacitan. Estudiamos bajo árboles porque así
“también se aprende” y negociamos con el almuerzo o la galleta del desayuno del
paraguayo que últimamente anda tan mal nutrido.
En los pasillos del Palacio de
Justicia corre más efectivo que en el propio Ministerio de Hacienda. Los
legisladores se autoasignan millonarias asignaciones porque “no les alcanza” y
el común del pueblo, con ocho o más hijos debe mantenerse con poco menos de un
dólar por día.
Los niños en las calles cada vez
más abundan. Jóvenes adictos violentando a transeúntes. Alevosa venta de drogas
en las calles. Inseguridad constante…
Es momento de hurgar en las
causas que nos ha permitido llegar a tales límites y combatirlos de fondo. Más
allá de “conseguir fondos” del exterior, tomar unas fotos y justificar los
gastos. Es tiempo de cambiar. Que cada cosa esté en su lugar. La corrupción
debe dejar de ser el pan nuestro de cada día.
Hay muchas personas que están
conscientes de la situación, pero hay muchas más que se mantienen al margen. Al
margen del cambio, al margen de la responsabilidad de formar un Paraguay más
justo.
Hasta las Iglesias se han
emborrachado con poder… Ahora, ¿qué podemos hacer desde nuestro entorno para
cambiar el rumbo del país?
El cambio no está en la boca de
nuestras autoridades, sino en nuestras acciones.
¡Arriba Paraguay! Y esto no es
“un viva” para la albirroja, sino un ánimo para los ciudadanos.