Paraguay, tierra bendita por los dioses. En algún recodo de la historia ha sido descubierto por los documentos; pero antes, por aquí ya se vivía en tierras sagradas. El alimento nos regalaba la natura y, al igual que el abrigo, Ñande Ru Tenondete nos lo proveía. Si bien es cierto que en ocasiones, el rencor nos invadía, se imponía siempre la bondad de los ancianos, quienes con sus sabias palabras reconciliadoras pacificaban nuestras almas y las volvía a unir antes que caiga la luz del día. La luna, siempre bajaba a visitar a sus hijos, quienes con mucho placer la recibían bajo la tenue luz que con mucha claridad iluminaban las noches muchas veces temidas. El odio y el rencor no forman parte de nuestra rutina. El respeto y la solidaridad, si. Nuestra cotidianeidad se basaba en cuidar la naturaleza que se nos fue encargada hasta que los hijos de nuestros hijos y los hijos de éstos las puedan disfrutar. No había tiempo para crear grandes ciudades, no exista necesidad de registrar nuestras acciones, porque sabíamos que todo lo que hacíamos era bueno, tal como nos lo había mandado Tupä, el dueño de todo.
Los animales servían para hacernos compañía o para ayudarnos en nuestra tarea de conservación de nuestro hábitat. Solo cazábamos lo que necesitábamos para alimentarnos o criábamos algunos, puesto que así retornábamos lo que se nos fue cedido algún día.
Los hermanos vivíamos en armonía. Hasta que un buen día, el menos pensado, irrumpieron en nuestra historia otros hombres, similares a nosotros pero no iguales. Los recibimos con toda hospitalidad, los guiamos en su andar... pero luego nos atacaron hasta reducirnos. Nos quitaron nuestras mujeres, nos esclavizaron. Nos quitaron nuestras riquezas, fauna y flora. Nos quitaron nuestra dignidad. Pero a pesar del atropello que sufrimos en aquel entonces, hoy seguimos con la cabeza erguida, con la frente en alto, defendiendo lo que se nos fue dado pero a la vez quitado...
Hoy, seguimos siendo los hijos del dueño. A pesar de los impases que sufrimos, con tanta guerra, tanto dolor y hasta hambre... hoy seguimos en pie. Ya no tan pacíficos como antes, porque hemos sido moldeados a fuego, pero sí con la convicción de que este suelo volverá a convertirse en tierra sin mal.
No festejamos doscientos años. No nos alegramos por tanto sufrimiento. Quizá sea la purificación que necesitamos para poseer completamente lo que es nuestro. Tal vez hoy, tal vez mañana. No están contados nuestros días, pero el tiempo se agota. Hoy recordamos más que simples gestas patrióticas de unos jóvenes quienes con sus ideales han devuelto a los extraños a sus propias tierras. Rememoramos nuestras antiguas bien andanzas con honor y las perseguimos hasta volver a ellas, a pesar de las dificultades.
Hoy quisiera remarcar la presencia de mucha gente, que silenciosa o barullentamente están forjando el presente del Paraguay. A las madres, que desde el principio acompañaron todo proceso. Proceso dulce de criar a un niño recién nacido hasta el duro proceso de la guerra. A los trabajadores, quienes con tanto esfuerzo siguen siendo la mano que mueve al país aunque las dificultades legislativas y coyunturales no les permita un digno trabajo. A los niños que lucharon en Acosta Ñu y hoy siguen luchando en las calles para llevar el sustento diario a sus hogares, en vez de jugar, en vez de estudiar, en vez de crecer. A los grandes varones, quienes con sus ideas han forjado un país mejor, desde sus diversos estratos sociales y culturales. A la madre y padre campesino que siembran y nos regalan el fruto de la tierra. A los jóvenes, quienes algún día lucharon porque esta patria fuera libre y soberana; y hoy, siguen luchando por mas trabajo, educación gratuita y de calidad, por más espacios de recreación sana y deportiva o simplemente por instrucción a bajo costo. Los que osan viajar al extranjero para enviarnos un poquito de ayuda económica, porque no es fácil convivir con la discriminación, con la falta de documentos y apoyo institucional en el extranjero. A los sufridos maestros rurales, quienes sacan fuerzas de flaquezas para ayudar a los niños y jóvenes de su comunidad a saber leer y escribir. A los enfermeros y médicos que luchan contra la falta de insumos hospitalarios y se esfuerzan por atender a la mayor cantidad de gente posible. A los ingenieros, arquitectos y obreros, quienes construyen el país desde sus actividades. Al vendedor de dulces, al limpia parabrizas, al cuidador de autos, porque no tienen otra salida más que estar allí. A los campesinos que luchan por organizarse y llevar a cabo un proyecto país que para muchos es pura ilusión. A los empresarios quienes con mucho esfuerzo e inversión siguen apostando al país. A los que viven en los bañados, porque no se rinden ante las adversidades... Habrán quizá millones de pequeñas historias contadas día tras día, que no figuran en los libros y de las que no me acuerdo, pero son marcadas a fuego
A los que escriben nuestra historia, día tras día. Por todos ellos, Salud!
Foto: Puesta de Sol, en el Cerro Lambaré, Asunción.